Los aranceles de Trump: Lo que la historia puede enseñarnos
Breve historia de los aranceles
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“La palabra 'aranceles’ es la más hermosa del diccionario”. Eso dice Donald Trump, y con una nueva administración estadounidense que ha tomado posesión en enero, puede estar a punto de comenzar una era de aranceles comerciales drásticamente más elevados.
Según algunas estimaciones, el aumento de los aranceles podría recaudar cientos de miles de millones al año para EE.UU., pero el presidente electo no solo busca una fuente de ingresos. Quiere hacer frente a los supuestos incumplimientos en materia de drogas e inmigración de sus socios comerciales y también cree que puede mejorar la economía estadounidense reduciendo su dependencia de las importaciones. Según los críticos, está cometiendo un error desastroso.
Entonces, ¿cuál es la verdad? ¿Pueden funcionar los aranceles y la protección comercial? ¿Y qué ocurre cuando no lo hacen?
Haz clic o desplázate por la galería para descubrir el impacto de los aranceles desde la antigüedad hasta nuestros días y averiguar por qué siempre han sido controvertidos.
Todas las cantidades están en dólares estadounidenses, las cifras en euros son conversiones aproximadas que podrían cambiar.
Adaptado al español por Rocío Durán Hermosilla, redactora en español para loveMONEY.
¿Por qué imponer aranceles?

El historiador del comercio estadounidense Douglas Irwin resume el atractivo de los aranceles como las Tres R: Ingresos, Restricción y Reciprocidad. La primera habla por sí sola: con los gravámenes, el dinero cambia de manos. Restricción significa que los aranceles tienen la capacidad de disuadir las importaciones encareciéndolas, mientras que reciprocidad se refiere a la práctica de utilizar la política arancelaria para igualar las políticas comerciales de los rivales.
¿Algo de esto es eficaz? Hasta cierto punto. Los aranceles pueden generar ingresos, pero solo si los mantienes a niveles asequibles y permites que entren muchas importaciones sujetas a impuestos. A la inversa, si quieres mantener las importaciones fuera, entonces el arancel no puede generar muchos ingresos.
En cualquier caso, los que pagan la cuenta no son los exportadores extranjeros, sino tus propios consumidores. Esto podría incluir incluso a las propias industrias que un gobierno quiere proteger si las materias primas y los componentes importados acaban costando más. ¿Y qué ocurre si tus competidores toman represalias con sus propias barreras? En el mejor de los casos, los aranceles son una bendición mixta. No es que la gente no haya intentado salirse con la suya a lo largo de los años…
Formas y medios antiguos

Desde los albores de la civilización, ha habido comercio. Y cuando ha habido comercio, normalmente ha habido aranceles. Al principio, la razón principal era pagar a los reyes, los templos, las guerras y las obras públicas, como los sistemas de riego.
Los asirios -gobernantes del primer imperio conocido- imponían aranceles a las importaciones, cobrados como una parte de la mercancía en cuestión. Las caravanas de comercio exterior (en la imagen) tenían que pagar peaje por atravesar su territorio, entrar en las ciudades y utilizar los puertos. Los antiguos egipcios hacían lo mismo, al igual que los griegos. Atenas, por ejemplo, cobraba un gravamen del 2% sobre el grano y ordenaba que solo se importara a través del puerto del Pireo, mientras que el Imperio Romano tenía un sistema impositivo muy desarrollado para las mercancías exteriores.
Los aranceles pueden ser incluso anteriores a estos ejemplos. Unas tablillas de arcilla descubiertas donde estuvo la ciudad-estado sumeria de Lagash describen impuestos sobre transacciones que tuvieron lugar hace hasta 6.000 años. Pero, ¿funcionaban los antiguos aranceles? En cierto modo; la gente no habría tenido más remedio que pagar.
Guerras de lana

A finales de la Edad Media, los aranceles y gravámenes no solo se utilizaban para llenar las arcas reales, sino también con fines estratégicos. Al darse cuenta de que la fabricación era más rentable que el suministro de materias primas, Eduardo III de Inglaterra (en la foto), que gobernó de 1327 a 1377, impuso controles a la exportación de lana para evitar que cayera en manos de los tejedores flamencos. También prohibió la importación de telas para proteger la incipiente industria textil inglesa.
Más tarde, Enrique VII (que gobernó de 1485 a 1509) aumentó los derechos de exportación sobre la lana cruda, mientras que su hijo y sucesor, Enrique VIII, también concedió subvenciones a los productores nacionales. En el reinado de Isabel I (1558 a 1603), el parlamento inglés llegó a aprobar una ley que ordenaba a la gente llevar sombreros de paño de lana inglesa.
¿Tuvo éxito alguna de estas políticas? Sin duda, Inglaterra se convirtió en el mayor fabricante textil del mundo durante este periodo, dejando fuera del negocio a muchos de sus competidores. Pero no antes de que estos competidores impusieran fuertes aranceles por su cuenta, de modo que el resultado fue un aumento del proteccionismo en general.
Coacción colonial

Los aranceles eran una parte esencial de la política comercial a medida que Inglaterra desarrollaba un imperio. Por entonces, Europa estaba adoptando ideas mercantilistas: políticas económicas diseñadas para acumular riqueza, maximizando las exportaciones y minimizando las importaciones. Los países nodriza esperaban que sus avanzadas coloniales les ayudaran a conseguirlo.
Con este telón de fondo, Inglaterra aprobó sus Leyes de Navegación en 1651, que ilegalizaban el transporte de exportaciones coloniales como el azúcar, el tabaco y el algodón en barcos extranjeros o su venta a compradores extranjeros. La idea era disfrutar de un monopolio, transformándolos en productos acabados y excluyendo a cualquier otro de ganar dinero.
Fortaleciendo de este modo a los comerciantes, la riqueza de Inglaterra (y después de 1707, la riqueza de Gran Bretaña) aumentó vertiginosamente, y la nación acabó convirtiéndose en una superpotencia económica. Sin embargo, las Leyes de Navegación perjudicaron tanto a los plantadores como a los comerciantes y se convirtieron en una de las principales quejas de las colonias americanas. En última instancia, podría decirse que no funcionaron demasiado bien…
La revolución americana
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Estados Unidos comenzó su andadura como una revuelta contra los impuestos, por lo que quizá no sorprenda que optara por los aranceles como principal fuente de ingresos. La Ley Arancelaria de 1789 fue la segunda ley firmada por el presidente George Washington y permitía un impuesto del 5% sobre todas las importaciones. Hoy se considera uno de los primeros sistemas arancelarios modernos.
En teoría, Estados Unidos apoyaba el libre comercio. En realidad, el nuevo país tenía deudas y le costaba recaudar fondos si no era gravando el comercio. Es más, incluso mientras se debatía la Ley Arancelaria en el Congreso, algunos intentaron reconvertirla en una medida de protección industrial. Eso habría supuesto unos aranceles prohibitivamente altos y pocos ingresos, por lo que la medida fracasó.
Durante casi 150 años, los aranceles representarían alrededor del 90% de los ingresos del gobierno federal. Hasta ese punto, fueron eficaces, aunque por lo que sabemos, a Estados Unidos podría haberle ido mejor si no los hubiera impuesto.
Proteccionistas estadounidenses

Entre los partidarios de unos aranceles protectores en lugar de recaudatorios estaba Alexander Hamilton, el primer Secretario del Tesoro estadounidense. En 1791, su Informe sobre las Manufacturas defendió la protección de las "industrias nacientes" frente a la competencia extranjera, aunque los aranceles siguieron siendo moderados, por el momento. Pero en 1812 estalló de nuevo la guerra con Gran Bretaña. La Marina Real impuso un bloqueo, obligando a Estados Unidos a impulsar sus propias manufacturas y a elevar sus aranceles. En 1816, la mayoría de las mercancías tenían un arancel medio del 25%.
En 1824, el presidente de la Cámara de Representantes, Henry Clay, pronunció un famoso discurso en el que pedía aranceles elevados como parte de su "Sistema Americano", diseñado para promover un mercado interno autosuficiente como pilar económico de Estados Unidos (frente a las exportaciones). En efecto, los aranceles posteriores aumentaron, incluido el llamado Arancel de las Abominaciones de 1828, que elevó los gravámenes a más del 60% de media.
El veredicto es mixto: La industria estadounidense sí creció durante esta época. Pero con la industria manufacturera del norte a favor y la agricultura sureña dependiente de las exportaciones firmemente en contra, los aranceles se convertirían en la cuestión más divisiva después de la esclavitud, alimentando las tensiones que acabarían desembocando en la guerra civil.
Los librecambistas de la era moderna

Mientras tanto, de vuelta en Gran Bretaña, algunos pensadores se dedicaron a desmontar todo el argumento a favor de la interferencia estatal en el comercio. Quizá el más famoso fue Adam Smith (en la foto), que publicó su estudio La riqueza de las naciones justo cuando Gran Bretaña perdió sus colonias americanas en 1776. Argumentó que los aranceles imponen un impuesto a los clientes, mantienen vivas las industrias no competitivas y niegan a los clientes productos mejores procedentes del extranjero. Un mercado no competitivo es aquel mercado donde uno o más agentes, sean oferentes o demandantes, tienen poder como para determinar las cantidades que se venden (o compran) y, por lo tanto, influyen en la fijación del precio.
Smith añadió que incluso los aranceles de represalia no benefician a las partes perjudicadas; solo extienden el dolor a todos los demás.
David Ricardo, discípulo posterior de Smith, desarrolló estas ideas. En su teoría de la ventaja comparativa, propuso que los países se concentraran en los sectores en los que obtuvieran mejores resultados. Si un sector deja de ser competitivo, es más sensato importar sus productos de alguien que lo haga mejor, pagando por ello con los beneficios de las propias especialidades de una nación.
A medida que avanzaba el siglo XIX y Gran Bretaña se industrializaba, estas ideas ganaron influencia…
El grano extranjero, ganancia de Gran Bretaña

Tras las guerras napoleónicas, Gran Bretaña protegió su agricultura con las "Leyes del Maíz", que gravaban los cereales importados a menos que los precios internos subieran a niveles de crisis. Los terratenientes rurales de élite se beneficiaron a expensas de las clases industriales urbanas que compraban pan. Tras una serie de malas cosechas y escasez, las ciudades manufactureras empezaron a presionar para cambiar la situación y surgió una Liga Anti-Ley del Maíz en la ciudad hilandera de algodón de Manchester.
Acabar con los aranceles sobre los cereales fue enormemente controvertido. De forma un tanto deshonesta, los ricos terratenientes alegaron que abrir la puerta a las importaciones haría caer en picado los precios del pan y los salarios. Finalmente, la hambruna irlandesa de la patata de 1845 contribuyó a que el primer ministro Robert Peel se inclinara por la reforma. Al año siguiente, derogó el arancel.
No se produjo una avalancha de importaciones ni fluctuaciones repentinas de precios o salarios, y las consecuencias políticas le costaron el puesto a Peel. Sin embargo, el incidente estableció a Gran Bretaña como bastión del libre comercio durante el resto del siglo XIX.
Golpes comerciales

A mediados del siglo XIX, las tensiones hervían dentro de EE.UU. a medida que los estados del sur y del norte se enfrentaban por la esclavitud, y también por los aranceles. El Sur, que dependía de las exportaciones agrícolas, quería el libre comercio. Los industriales del Norte querían protección, sobre todo frente a los productos británicos. Mientras tanto, el arancel se mantuvo, aunque ahora ya no estaba en su nivel más alto. Esto significó que, cuando el Sur anunció su secesión de la Unión en 1860-61 y sobrevino la guerra civil, el Norte vio la oportunidad de volver a subir el arancel hasta más del 50%.
Muchos historiadores consideran que el llamado Arancel Morrill, promulgado en marzo de 1861, fue un error estratégico del Norte. Enfureció a Gran Bretaña, país librecambista que, como defensor de la abolición de la esclavitud, podría haber sido un aliado natural en la guerra civil. En lugar de ello, optó por la neutralidad oficial. Los vencedores fueron un número relativamente pequeño de industriales del norte con influencia en los grupos de presión, por lo que aumentó la preocupación por la corrupción. Sin embargo, como el Sur contrario a los aranceles fue finalmente derrotado, la postura de Estados Unidos sobre los aranceles quedó fijada para las décadas venideras.
El matrimonio del hierro y el centeno

A medida que avanzaba el siglo XIX, Europa tendió hacia la liberalización, a medida que los países desmantelaban las restricciones comerciales de la época de la guerra napoleónica. A partir de mediados de siglo, llegaron a acuerdos tanto para la agricultura como para los productos manufacturados y, en 1834, el antiguo reino de Prusia llevó a los estados alemanes a formar el Zollverein, o Unión Aduanera Alemana.
El Zollverein relajó la normativa interna y llegó a acuerdos de comercio exterior. Los industriales alemanes habrían preferido aranceles, pero se enfrentaban a poderosos terratenientes que querían un mercado abierto para vender su grano. Todo eso cambió en la década de 1870. El precio del grano cayó bruscamente y las exportaciones alemanas se hundieron.
De repente, la protección resultó atractiva para ambas partes. Para entonces, Alemania era un Estado unificado, y en 1879 impuso sus llamados aranceles del Hierro y el Centeno a las mercancías extranjeras. La industria alemana pasó a dominar Europa, pero las barreras comerciales reaparecieron en gran parte del continente. Los aranceles también afianzaron la influencia de la nobleza alemana, muy conservadora, conocida como Junkers (joven señor en alemán). Algunos historiadores han argumentado que fueron en parte responsables de la naturaleza reaccionaria del nuevo estado en las décadas previas a la Primera Guerra Mundial.
Un nuevo impuesto y aún más aranceles

En 1913, EE.UU. introdujo una nueva medida radical: el impuesto federal sobre la renta. Por primera vez, Washington tuvo una participación en las enormes ganancias del país. Se podría pensar que los aranceles disminuirían como resultado. Nada de eso: mientras que antes los aranceles se imponían para aumentar los ingresos y proteger las industrias, ahora podían utilizarse exclusivamente para esto último.
Por eso, cuando sobrevino la Gran Depresión, el Congreso impuso uno de los aranceles más notorios de todos. La Ley Smoot-Hawley de 1930 aumentó los ya elevados impuestos a la importación hasta una media del 60%. No menos de 1.000 economistas instaron al presidente Herbert Hoover (en la foto) a vetarla, pero sus esfuerzos fracasaron y los aranceles desembocaron en una amarga guerra comercial. Como otros países tomaron represalias, el comercio mundial se hundió en dos tercios entre 1929 y 1934. Los extremistas políticos explotaron el descontento económico en Europa, mientras que en Estados Unidos se fortaleció la causa aislacionista.
Smoot Hawley fue un desastre para todos, y no menos para EE.UU. Lejos de rescatar a EE.UU. de la Depresión, el arancel la prolongó y la agricultura se vio especialmente afectada.
El Presidente toma el control

Dos víctimas de la Ley Smoot-Hawley fueron sus propios patrocinadores, el senador Reed Smoot y el representante Willis C. Hawley. En 1932, los votantes los expulsaron. Además, el presidente Hoover perdió la Casa Blanca frente a Franklin D. Roosevelt. Aun así, los elevados aranceles parecían imposibles de eliminar. Ninguna industria quería sacrificar su protección, y los grupos de presión eran poderosos en el Capitolio, por lo que los congresistas se sentían incapaces de actuar.
Roosevelt persuadió al Congreso para que renunciara a su poder constitucional sobre los aranceles, concediéndole el derecho a modificarlos hasta un 50% de los niveles establecidos por Smoot-Hawley, a cambio de concesiones arancelarias por parte de otros países. La resultante Ley de Acuerdos Comerciales Recíprocos (RTAA) de 1934 fue un momento pionero en la política comercial estadounidense.
En los cinco años siguientes, el gobierno de Roosevelt firmó acuerdos comerciales menos restrictivos con 19 países. Parecía posible un nuevo mundo de libre comercio. Pero antes habría otra Guerra Mundial.
Un nuevo orden mundial

La II Guerra Mundial impulsó la fortuna económica de EE.UU. y, tras la victoria, Washington estaba en la pole position para liderar el mundo. Fuertes, ágiles y seguras de sí mismas, sus industrias podían ahora enfrentarse a competidores extranjeros y exhibir el capitalismo para frustrar la influencia comunista de los soviéticos. Por estas razones, así como por el recuerdo de los años de Smoot Hawley, Estados Unidos sería ahora un animador de los mercados abiertos. En teoría, al menos.
Los estadounidenses y otros 22 países se reunieron en Ginebra en 1947. Juntos negociaron el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Las negociaciones fueron difíciles. A Washington no le gustaba el llamado sistema de preferencias británico, que reducía las barreras comerciales para los miembros de la Commonwealth y las aumentaba para los demás. Mientras tanto, Gran Bretaña seguía resentida por la política estadounidense anterior a la guerra.
No obstante, las conversaciones consiguieron reducir los aranceles, y el GATT se convertiría en una parte importante del orden de posguerra. A lo largo de otras siete rondas de negociaciones, redujo significativamente las barreras comerciales antes de que la Organización Mundial del Comercio lo sustituyera en 1995. ¿El triunfo del libre comercio? No. Incluso en la era americana, no todo el mundo jugaba al mismo juego…
Desarrollarse detrás de las paredes

La mitad del siglo XX trajo consigo el potencial de desarrollo a medida que las colonias se independizaban y la economía mundial crecía. Algunas naciones en desarrollo adoptaron una teoría denominada Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), cuyo objetivo era fomentar las industrias tras las barreras comerciales para construir una economía nacional autosuficiente, haciéndose eco del plan de Alexander Hamilton para EE.UU. casi dos siglos antes. Entre estos países se encontraban Argentina, Brasil, India y Kenia, y los aranceles se centraban a menudo en áreas específicas como el textil y el acero.
La ISI funcionó mejor en los países populosos, ya que podían consumir la producción de las industrias protegidas. Sin embargo, a rasgos generales no funcionó muy bien. Las empresas que la política defendía tenían pocos incentivos para competir y muchas fracasaron, mientras que el resto de la economía sufría por la falta de acceso a mejores productos extranjeros.
Mientras tanto, la ventaja competitiva de los países en desarrollo frente a las naciones más ricas residía a menudo en sus exportaciones agrícolas, pero estas se vieron desplazadas por los aranceles y la concentración en la industria manufacturera. A finales de siglo, la mayoría de las naciones habían renunciado a la ISI.
Liberar a los tigres

Algunas de las llamadas economías del Tigre Asiático parecen ser excepciones. Taiwán y Corea del Sur practicaron la sustitución de importaciones al principio de su desarrollo y consiguieron hacer crecer industrias en sectores como la electrónica y la informática.
Sin embargo, algunos economistas señalan que la mayor parte de su éxito se debió a un giro desde los mercados nacionales protegidos hacia un crecimiento impulsado por las exportaciones, centrado especialmente en los países europeos y norteamericanos más ricos. Para lograrlo, redujeron progresivamente los aranceles. Si los aranceles funcionaron en estos casos, es quizá solo porque se aplicaron sabiamente y se descartaron justo en el momento adecuado.
Otros dos Tigres, Singapur y Hong Kong, nacieron libres desde el principio. Persiguieron un crecimiento basado en las exportaciones mucho antes, tenían aranceles mínimos y lograron resultados aún más impresionantes.
Europa tiende puentes

Destrozada por la guerra, la Europa de mediados del siglo XX estaba decidida a evitarla de nuevo a toda costa. Una solución fue la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) —precursora de la Comunidad Económica Europea y, más tarde, de la Unión Europea— y la política arancelaria fue fundamental para el proyecto.
La comunidad estaba formada por solo seis países cuando se constituyó en 1952, y acordaron eliminar las barreras comerciales en sus industrias del carbón y el acero. La idea era fomentar la confianza política y, en última instancia, unos “Estados Unidos de Europa”. Como resultado, el comercio entre ellos se disparó y comenzó el proceso de integración europea.
El establecimiento de la CECA y sus sucesores no fue una victoria completa para el libre comercio. Aunque los miembros tenían un mercado abierto entre ellos, se mantenían los aranceles sobre el comercio fuera del bloque, cuya autoridad de control también podía intervenir para fijar precios, establecer cuotas de producción y reaccionar ante la competencia extranjera que considerara desleal. No obstante, es un ejemplo de cómo puede utilizarse la política arancelaria para lograr objetivos políticos más profundos y complejos.
Entra el dragón

A partir de los años 90, la economía mundial se hizo más global. Las empresas externalizaron la producción a mercados laborales más baratos, se abastecieron de componentes "justo a tiempo" y vendieron a través de las fronteras como nunca antes. Este nivel de interdependencia nunca habría sido posible sin una liberalización significativa del comercio.
Quizá el momento más importante se produjo el 11 de diciembre de 2001, cuando China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), el organismo sucesor del GATT. Occidente esperaba que esto convirtiera a la República Popular en un mercado abierto, pero no fue así. A pesar de haberse convertido en el mayor exportador de mercancías del mundo y de haber realizado reformas sustanciales, Pekín no ha hecho lo suficiente para satisfacer a sus críticos.
Un gran problema es el número de empresas aparentemente privadas que, al menos en parte, están controladas o son propiedad del Estado. Las empresas extranjeras también encuentran dificultades para vender en el mercado chino. También ha habido quejas de dumping por exceso de producción (vender por debajo del precio normal o a precios inferiores al coste con el fin de eliminar a la competencia y adueñarse del mercado), robo de propiedad intelectual y otras formas de engaño. En resumen, la integración de China en la economía mundial ha creado fricciones, especialmente con EE.UU., que tiene grandes déficits comerciales con ella.
Aranceles actuales

No es que China sea el único país que desafía el orden internacional establecido. En todo el mundo se levantan barreras y abundan las acusaciones de jugar sucio.
Al haber formado una unión aduanera con otros Estados ex soviéticos, Rusia aplica aranceles elevados a muchos países más lejanos, especialmente a los que apoyan las sanciones por su invasión de Ucrania. Mientras tanto, la India, en rápido crecimiento, tiene protección para sus industrias clave y recientemente ha anunciado aranceles de hasta el 30% sobre los productos siderúrgicos procedentes de China y Vietnam. Otro fanático de los aranceles, Brasil, también tiene nuevos aranceles sobre el acero, junto con impuestos sobre productos químicos y fertilizantes importados.
Incluso los países relativamente liberales pueden tener aranceles en sectores clave. Por ejemplo, Japón protege a sus productores de arroz. La lista de países que tienen aranceles muy bajos o no los tienen en absoluto es pequeña, pero incluye lugares como Singapur, los EAU… y Suiza, que, a partir de enero de 2024, suprimió todos los impuestos a la importación industrial, con lo que espera ahorrar $970 millones (unos 882,70 millones €) a su economía. Pero entonces, es posible tener aranceles bajos y aun así poner barreras…
Barreras no arancelarias

Con 166 naciones adheridas a la OMC y una proliferación de acuerdos comerciales regionales, a veces es más fácil eludir los aranceles en favor de otras restricciones protectoras. Y muchos países lo hacen. Las llamadas barreras no arancelarias incluyen contingentes, licencias de importación e incluso restricciones voluntarias recíprocas a la exportación, en las que dos países acuerdan limitar las importaciones en sus respectivos sectores de línea roja.
Otra táctica son las "normas de origen", que exigen que las mercancías satisfagan condiciones arbitrarias sobre su composición. Por ejemplo, Indonesia ha tomado medidas drásticas contra las importaciones de iPhone porque sus componentes no son en un 40% de origen local, como exige su normativa.
A veces, los países prefieren las barreras no arancelarias a los aranceles convencionales porque pueden ser menos visibles y no implican un aumento de los precios para los consumidores. Pueden tener una función legítima, como imponer normas mínimas de calidad. Sin embargo, pueden ser más complejas que los aranceles, ya que a menudo obligan a los productores a realizar costosos ajustes en sus procesos de fabricación para satisfacer a un solo mercado. Como cualquier restricción comercial, corren el riesgo de costar más a los consumidores.
Hacia un futuro incierto

Aranceles, no aranceles, sanciones y gravámenes: es probable que veamos muchas más restricciones comerciales. Como hemos mencionado anteriormente, Donald Trump ha descrito los aranceles como algo hermoso (“Creo que [son] más hermosos que el amor… ¡Me encantan los aranceles!”). Ha hablado de que sustituyan al impuesto sobre la renta de EE.UU., como ocurría antes de 1913, aunque algunos economistas han dicho que esto sería imposible hoy en día. Una guerra comercial, especialmente entre EE.UU. y China, parece posible.
Como sugiere la historia, las consecuencias de ello podrían generalizarse y traer fortunas muy dispares para todos los actores. Algunas empresas ya están deslocalizando su producción subcontratada de China de vuelta a EE.UU. en previsión del cambio. Sin embargo, en Bruselas, Pekín y otros lugares, también están preparando sus próximos movimientos.
Como mínimo, la era de la globalización y del comercio relativamente libre del orden posterior a la Segunda Guerra Mundial podría haber llegado a su fin. Con los gigantes económicos de EE.UU., India y China, y superbloques como la UE, la ASEAN y el MERCOSUR, el futuro podría caracterizarse por la liberalización del comercio local, pero con un panorama mundial más restrictivo. Y eso si las cosas van relativamente bien…
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